domingo, 27 de marzo de 2016

Sobre ruedas

Un viaje suele deberse a distintos motivos. Unos viajan por trabajo, de un lugar a otro sin parar. Otros lo hacen por placer, afición, por el gusto de conocer el mundo, con todos sus rincones desconocidos y asombrosos. Yo, sin embargo, encontré un motivo diferente por el cual me apasiona viajar.

Olvidemos el origen y el destino. Te encuentras en algún medio de transporte, da igual el que sea, desde el más barato hasta el más caro, solo consigue una ventana por la cual tengas acceso al exterior. Pon música, no importa el tipo, la te guste y te haga sentir cómodo. Por último, abre los ojos y observa.
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Te encuentras parado mientras que tu alrededor va cambiando. El tiempo va pasando sin que lo puedas controlar, solamente eres un mero espectador.

De un momento a otro estás divisando un paisaje frondoso, lleno de naturaleza viva, donde te gustaría correr, saltar, brincar hasta perderte en ese laberinto verdoso. Árboles frondosos, algún riachuelo proveniente de algún caudaloso río, y, si guardas silencio, incluso puedas ver algún ciervo en busca de comida, una ardilla que acaba de perder su bellota o una bandada de pájaros que surcan el bosque en su ruta migratoria.
¿Importa la estación del año en la que nos encontremos? El bosque te absorberá igualmente con su gran majestuosidad.

Parpadeas y la vista cambia. Ahora entiendes de donde surge la fuerza que poseía el bosque.
El océano. La furia azul en primer plano. Las rocas sufren la ira del agua, el viento forma extraños remolinos subacuáticos que sientes sin ver y grandes especies marinas luchan ante el mayor y, a la vez, más hermoso fenómeno natural.
La tormenta se calma, y, desde tu asiento, ves el mar transparente. El rugido anterior es apenas un suspiro cosquilleante, y, poco a poco te enamoras del sonido de las pequeñas olas que casi mojan tus pies. ¡Uy! ¿Has visto el delfín saltar? ¿Estarán su familiares cerca? ¿Se encontrará herido? Divisas el mar con la ilusión de un niño primerizo. Las ganas que tienes de zambullirte en el agua y observar las profundidades te invaden tanto que corres a quitarte el cinturón de seguridad, pero...

¿Cómo puede ser que en una curva aparezca un desierto? El paisaje no es nada común, lo resumes en una palabra. Arena. Menos mal que estás en un lugar cubierto, el calor sería insoportable. A pesar de eso, el todoterreno no evita que tengas sed e intentes dormir para soñar con un abundante río....¡ala! No hace falta que sueñes, encuentras un pequeño oasis de dos palmeras con un pequeño estanque. Ahora admiras a los pobres animales que surcan estas tierras, bueno, mejor dicho, surcan estas arenas.
¿Dónde se encuentran los cactus?  Sí, allí hay un grupo, limpia bien las gafas, aunque tampoco hay mucho que observar aquí, solo dunas y más dunas, y una pequeña tormenta de arena que casi deja el vehículo oculto como si hubiera sido absorbido por unas arenas movedizas...Deberíamos buscar otro lugar del que hablar.

Ese largo túnel donde casi te ha dado tiempo a echarte una siesta acaba en ¿la falda de una montaña?
Pon el parabrisas que está lloviendo a cántaros. El sonido del agua caer te tranquiliza tanto que decides apagar la música. Ese cantar del agua no es como las olas y tampoco como un río, pero te enamora. El clima mediterráneo, medio seco pero con vegetación, agradece la lluvia. ¿Será nieve aquello en la cumbre de la sierra?

Allá vas, en busca de la nieve. ¿Ves la ciudad allí abajo? La vista es espectacular, una ciudad entre montañas, un recinto amurallado naturalmente. Ahora no tiene eso tanta importancia, pero piensas en el pasado, cuando las montañas serían un obstáculo para posibles invasores, terreno conocido por bandidos...
Deja de llover, ahora graniza. ¡No ves nada! Esto no te gusta, menos mal que dura unos pocos minutos. Gracias a eso, ves nieve. Nieve virgen, pura. Saca los guantes y disfruta de algo que no puedes comúnmente. ¡No olvides el muñeco de nieve!

Corre corre, a la izquierda está el arco iris, ¿lo ves? Nunca entiendes como surge, pero te deja anonadado, podrías mirarlo horas y horas, deseas tocarlo...¡Cuidado! Hay un precipicio y no te habías dado cuenta. Anda, es hora de bajar de la montaña...

Árboles frutales. Cerezos, Manzanos, Plataneros...Hmm ¡qué hambre! Para el coche, que me bajo. Después de jugar con la nieve no es justo pasar cerca de comida.
Recorrer esta carretera y en cada estación ver distintos frutos, hortalizas y cultivos es asombroso. Grande naturaleza...

¿Estás cansado? Es hora de volver a casa. ¿Sabes que han pasado horas desde que partimos? Ni te habías dado cuenta, la belleza de la naturaleza te tenía embelesado y el tiempo parecía parado. Eh, eh, no te pongas triste, que la carretera es infinita y la naturaleza también. Y no hablemos de tus visiones, eso sí que no tiene límites.

En mi opinión, viajar es dejarse llevar por las ruedas que manejan, es relajarse y observar lo que a primera vista pasamos por alto por poseer objetos electrónicos, preocupaciones o sueño. A mí nunca me hables en un viaje, necesito observar y ver como cambia todo, como es la naturaleza pura sin la acción del ser humano. La naturaleza es asombrosa y puede sorprender para mal, pero afortunadamente puede para bien. Despierta emociones que a lo mejor no sabías que tenías, sensaciones de paz, o ganas de compartir la visión que provoca.

 Nuestra vida es demasiado corta para no aprovechar esos pequeños momentos hermosos. Ojalá, si lees esto, la próxima vez que viajes tengas los ojos en la pantalla natural y no en la artificial. Luego cuéntame la experiencia, pequeño desconocid@.

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