domingo, 8 de marzo de 2020

Apretar el gatillo sonaba sencillo. Acabar con la presión que tenía atribuida sobre sus hombros era lo que más necesitaba. Dejar el mundo que siguiera corriendo. Decidir bajarse era la opción más cobarde pero sencilla. Con eso le bastaba.
Harto de tirar de las riendas, de sacar energía del abismo. Andar con la piel rasgada una y otra vez por el camino serpenteante de espinos mientras el resto seguía el camino de baldosas amarillas. La gracia de por  ser el bueno, convertirse en la víbora con una simple mirada de desesperación. 
Dos personas con un mismo nombre. Dos cargas de las que no se libraría jamás. Gritar con la voz vacía no servía. Paso a paso se construye un hogar que una tempestad puede derrumbar. Al final siempre logra ganar la madurez infantil. Cuánto consume un siempre desprecio por quién lo has dado todo. 
Tonto de él al pensar que el resto de la humanidad es igual. Ayuda, que te acabarán contagiando las pulgas. Sé tú mismo, que acabarán convirtiéndote en cenizas. Producto de usar y tirar. Ya se encargarán de apagar tu brillo. Nunca recibirás lo que das. Se acabó el abusar. Se acabó estar a los pies y ser acusado de ser superior. No pidas ayuda porque van a evitar secarte las lágrimas. Llora sobre tu propio hombro porque nadie va a sostener tu mirada. Vuela libre pero sin instrucciones de vuelta. Quítate esa piel que produce daño interno, no vayas a dar pena. No hables, es más sencillo tragar y fomentar la ansiedad. Huye de la realidad, que es la manera más valiente de sobrevivir.

Sonó un disparo. Un pájaro cayó al suelo. No tenía la culpa de nada. 
Él tampoco.


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