La línea entre la cordura y la locura era demasiado delgada. Aún meses después, sentado en el asiento del copiloto del coche, veía cómo había estado a unos breves segundos de haber entrado en una fase de locura de la que no habría escapatoria. Todo por la maldad humana.
Pero, ¿existe algún manual donde se diferencie el bien y el mal? Sabía que él había tratado de realizar sus actos en base a sus principios, los cuales consideraba buenos... ¿Y sí los valores que seguía no eran los correctos para los demás? Aquí no hay posibilidad de dudar, de que cada uno marca su propia escala de grises y nadie es el claro vencedor de la batalla. Este es el inicio de toda disputa común, en la cual el que se lleva la medalla no es la expresión viva de la coherencia, sino la dureza mental.
La fuerza mental era lo que le fallaba, ser capaz de tomar el volante y avanzar evitando al resto de los vehículos. Ser uno más de la carretera, sin ser ni el dueño pero ni el que recibe las consecuencias de éstos. Al final el común de los mortales somos así, en mayor o menor medida.
¿Cómo evitar esto? El camino más sencillo saber plantar cara y obtener ese gris intermedio. Sin embargo hay que tener el valor para afrontar el miedo de frente y no de espalda. Se acaba hundiendo el barco, tanto por la proa como por la popa, juntos aunque el golpe solo fuera por la delantera. La valentía parece que radica en quien se hunde más pero no se llega a ahogar. Así acabo él.
Así acabó él, llorando a lágrima tendida hecha un ovillo en el que era su suelo. Ese suelo que se le desmoronaba por momentos y que en breves iba a ceder a la presión. La diminuta línea. Esa mísera lín....
Sonó un pitido. Pertenecía a su teléfono móvil. No recordaba ni de quién ni que decía ese mensaje, pero si recordaba que le había vuelto a colocar en suelo estable. No estaba solo, no iba a perderse sin arrastrar a otros en ello. Decidió que, no sólo por ellos, sino por sí mismo, seguiría hacia delante. Sabía que se lo merecía. Su cabeza le decía que aunque sentía ese dolor presente en el pecho, sus principios eran para él buenos y su conciencia estaba tranquila.
Volvería a caer en la misma piedra, pero sabría que al final se merecía levantarse y vivir por y para él, así que abrió la puerta y empezó a caminar.